Celebrando un bautizo en la capilla principal de su parroquia, Eusebio sintió como nunca antes, un cínico vacío espiritual que le dio incluso un mareo y fingió sutilmente ante los convidados a la ceremonia, una alegría sin igual. La cascada sobre el cenit del recién nacido le refrescó a él también un poco. Los padres y padrinos observaban impacientes a su angelito, convertirse en hijo de Dios, al tiempo que Eusebio renegaba su fe como si se tratara de una usualmente llamada herejía. La señal de la sotana incómoda se hizo presente en el púlpito. Era el síntoma más certero de una abnegación que terminaba. ¿Qué lo llevó a salir del juramento sagrado? ¿Cómo dejó el credo? Tantos años de tradición y conservadurismo, al cual aparentemente nunca se apegó y ahora las afirmaciones dogmáticas le pesaban más que nunca. El pequeño bautizado con el lodo espiritual de Eusebio seguramente alcanzó la conmiseración celestial, e impulsó un grito desgarrador que retumbó en la bóveda mayor del templo barroco. Encrestó la diadema de su sotana como signo de la perturbación que sentía aquella mañana de sábado y una vez terminado el ritual, desesperanzado y harto, ofreció el sermón indiferente.
Un halo de luz brincaba entre los vitrales y los millones de micro organismos ambientales se disfrazaron de esplendor y el corazón de Eusebio dejó de latir en el fervor religioso mientras aclamaba a los presentes una homilía cautivadora.
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