lunes, 11 de noviembre de 2013

EL SACERDOTE ATEO Novela - Fragmento. De Joe Barcala.



Celebrando un bautizo en la capilla principal de su parroquia, Eusebio sintió como nunca antes, un cínico vacío espiritual que le dio incluso un mareo y fingió sutilmente ante los convidados a la ceremonia, una alegría sin igual. La cascada sobre el cenit del recién nacido le refrescó a él también un poco. Los padres y padrinos observaban impacientes a su angelito, convertirse en hijo de Dios, al tiempo que Eusebio renegaba su fe como si se tratara de una usualmente llamada herejía. La señal de la sotana incómoda se hizo presente en el púlpito. Era el síntoma más certero de una abnegación que terminaba. ¿Qué lo llevó a salir del juramento sagrado? ¿Cómo dejó el credo? Tantos años de tradición y conservadurismo, al cual aparentemente nunca se apegó y ahora las afirmaciones dogmáticas le pesaban más que nunca. El pequeño bautizado con el lodo espiritual de Eusebio seguramente alcanzó la conmiseración celestial, e impulsó un grito desgarrador que retumbó en la bóveda mayor del templo barroco. Encrestó la diadema de su sotana como signo de la perturbación que sentía aquella mañana de sábado y una vez terminado el ritual, desesperanzado y harto, ofreció el sermón indiferente.

Un halo de luz brincaba entre los vitrales y los millones de micro organismos ambientales se disfrazaron de esplendor y el corazón de Eusebio dejó de latir en el fervor religioso mientras aclamaba a los presentes una homilía cautivadora.


Lee más en: novelalacofradia.com/sacerdote
Foto: EL SACERDOTE ATEO -Fragmento. De Joe Barcala.

Celebrando un bautizo en la capilla principal de su parroquia, Eusebio sintió como nunca antes, un cínico vacío espiritual que le dio incluso un mareo y fingió sutilmente ante los convidados a la ceremonia, una alegría sin igual. La cascada sobre el cenit del recién nacido le refrescó a él también un poco. Los padres y padrinos observaban impacientes a su angelito, convertirse en hijo de Dios, al tiempo que Eusebio renegaba su fe como si se tratara de una usualmente llamada herejía. La señal de la sotana incómoda se hizo presente en el púlpito. Era el síntoma más certero de una abnegación que terminaba. ¿Qué lo llevó a salir del juramento sagrado? ¿Cómo dejó el credo? Tantos años de tradición y conservadurismo, al cual aparentemente nunca se apegó y ahora las afirmaciones dogmáticas le pesaban más que nunca. El pequeño bautizado con el lodo espiritual de Eusebio seguramente alcanzó la conmiseración celestial, e impulsó un grito desgarrador que retumbó en la bóveda mayor del templo barroco. Encrestó la diadema de su sotana como signo de la perturbación que sentía aquella mañana de sábado y una vez terminado el ritual, desesperanzado y harto, ofreció el sermón indiferente.

 Un halo de luz brincaba entre los vitrales y los millones de micro organismos ambientales se disfrazaron de esplendor y el corazón de Eusebio dejó de latir en el fervor religioso mientras aclamaba a los presentes una homilía cautivadora.

—Y hay quienes se preguntan: ¿dónde está Dios? ¡No se dan cuenta que cada vez que uno de estos pequeños niños, hermosos y serenos como Daniel, al ser bautizados en el nombre de Cristo, además de la fiesta celestial, la Trinidad le sonríe al mundo! Hombres de poca fe, miren cómo florecen los campos, las familias y el seno de la Iglesia.

 Una voz interior le decía: «estoy harto de tanta solemnidad» y otra voz le hacía eco: «y de tanta soledad». Finalmente, una resonancia recóndita argumentó: «tengo mucho miedo de que un día se aparezca un ángel y muestre la ira de Dios», aunque al parecer a su conciencia y al resto de sus voces interiores no les importó esta última reflexión.

 Al terminar la ceremonia le correspondía media hora de confesiones que a pesar de su inminente ateísmo todavía le causaban cierta curiosidad, entre tanto tedio. No porque siempre fueran los mismos pecados, le dejaba de interesar la mirada de cada quien a sus problemas. Las historias por lo general eran diferentes, los matices variaban como cada cerebro con sus abismales contrastes.

 Un adolescente se confesó, apenado, de haber deseado más de la cuenta a su novia; un hombre se acusó de adúltero por quinta vez, decía, no lo podía evitar; el director de una escuela secundaria se acusaba de odiar a una maestra que trabajaba para él, indicó, justificándose, que ella siempre lo estaba retando; un joven fue vencido por la tentación de una droga, llevaba algunos meses luchando sin lograrlo.

 Aquella tarde una anciana a punto de un evento trascendental, es decir, a un paso de la muerte, se acusó de blasfema, renegando su fe; explicó que todo el cuerpo le dolía mucho, principalmente por las mañanas y ninguna oración le quitaba las noches en vela levantándose al baño sin poder vaciar su vejiga. Dios, dijo, se había olvidado de llevársela y hasta lo maldijo.

 También se presentó un hombre de mediana edad; se acusó de haber violado a una muchacha; especificó que era de clase media y muy hermosa. También justificó su acto, aunque al terminar mencionó algo que a Eusebio le llamó mucho la atención:
—Fíjese Padre que a pesar de haberla violado, conté con su apoyo, es decir, la mujer me abrazó, me besó y hasta sentí que ella me violó a mí.

 Eusebio estuvo a punto de decir «no seas sinvergüenza hijo» pero la fe de su alma era ya tan poca que en realidad no le importó discutir. Le causó curiosidad, eso sí, que la voz se le había hecho bastante familiar. Después de la absolución y la penitencia, se marchó y Eusebio abrió la puerta para intentar mirarle. Sólo alcanzó a verle la espalda y la nuca que no le permitieron distinguir quién era ese hombre, pudo ser cualquiera. Se sintió tentado a seguirle pero una mujer sumamente adornada se postró en el reclinatorio y tuvo que escucharla.

No hay comentarios:

Publicar un comentario