lunes, 11 de noviembre de 2013

NOVELA: EN MI PUEBLO NO HAY TEQUILA (FRAGMENTO)

El color de aquella gaviota era en su mayoría blanco con algunas manchas jaspeadas en las alas y vino a pasar cerca de los oídos de Alberta, pequeña sombra de su hermano Julián, que carecía del sentido del oído, precisamente, y tampoco hablaba. Pero la ha dado un susto, aunque no escuchara su graznido, que la tumbó espectacularmente al suelo cuando sintió su aleteo. Julián tomándola de la mano la levantó y le preguntó en señas por qué salió volando hacia la fina arena de la playa. Alberta se explicó asustada todavía. Julián comprendió a la más pequeña y se rio con ella como quince minutos en la aventura de su adolescencia febril.

Un par de horas les bastaron para reposar en aquel día de hirviente sol y fiesta del pueblo. Luego se levantaron de la hamaca y sobre sus propias plantas caminaron a lo largo de la calle hasta el centro del pueblo para ver las luces multicolores de los fuegos artificiales en el cielo estrellado. Tomados de la mano, como es su costumbre y necesidad, los hermanitos Arellano Díaz, hijos de una pareja de primos hermanos, de oficio pescadores, vagaban diariamente por el pueblo sin pronunciar una palabra. Ocasionalmente, gracias al recurrente paseo entre las cortas veredas del lugar, saludaban a los pocos habitantes que durante el día se aparecían por ahí. La mayoría abordaba el autobús mañanero para acudir a sus fuentes de trabajo en las plantas procesadoras de pescado que se instalaron luego de la revolución más allá del cerro de las tres crestas.

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