domingo, 15 de junio de 2014

La curiosa coincidencia de los escritos de Esteban Solís y Horacio Montesinos en la época revolucionaria. –Cuento de Joe Barcala.


Sucedió en los mismos años que la Revolución Mexicana, un escritor llamado Esteban del Carmen Solís y otro de nombre Horacio Montesinos. El primero vivió en la serranía de Hidalgo, en colindancia con Puebla y el otro en la costa de Guerrero, cerca del puerto de Acapulco, apenas convertido en un pequeño conjunto de chozas de pescadores. Ambos, sin conocerse, se pusieron a escribir un cuento, inspirado en sus vivencias. Esteban tendría unos 50 años de edad, mientras que Horacio no tenía ni la mitad.

Esteban estaba casado, Horacio sólo se había juntado. El primero vivía en un pueblo más o menos grande, de joviales colores pintaba sus calles, el segundo entre adustas chozas impasibles al tiempo. Esteban narraba las difíciles condiciones de un dictador engañado por sus propios aristócratas, un Porfirio Díaz viejo, pero férreo en sus ideales. Deseoso de continuar dirigiendo los destinos del pueblo mexicano, porque siente que él es el único capaz de hacerlo. Y sus instrucciones como Presidente son muchas veces ignoradas por su equipo, que le considera decrépito, inútil para conducir el país en sus ya entrados años de senectud y que rigen a su modo el destino de un pueblo empobrecido y molesto con la dictadura de más de 30 años de duración. Horacio también. Usando las mismas palabras, el mismo lugar de las comas. La insuperable coincidencia con el autor a quien parecía plagiar. No era así. Proveniente de algún lugar de las estrellas llegó una nube que se dividió en dos y se repartió por el arduo territorio del país en ebullición. Se inspiraron igual, se desconocían. El primero imaginó la ceja de su esposa levantando un balde de agua, el segundo se inspiró en un amigo que le visitó desde la capital. El primero describió la enorme sala presidencial enmarcada por el enorme escritorio de cedro porque estuvo ahí; el segundo lo imaginó, sin haber estado en un lugar parecido, magnificando la oficina de un viejo sastre en la ciudad de Iguala que visitó tiempo atrás.

Los gritos del Presidente según Esteban, los narró coincidiendo los recuerdos de un viejo artesano al regañar a su hijo, los gritos del Presidente según Horacio se parecían a un maestro de escuela de su niñez. Pero ambos describieron las estridentes diatribas dirigidas a un mismo número de aristócratas que le informaban el levantamiento de unos cuantos rebeldes en el norte del país. La desesperación parecía duplicada en ambos escritos. La publicación fue idéntica en todas sus letras. ¿Cómo podía ser aquella extravagante coincidencia? ¿Es acaso posible tal virtud? Lo cierto es que Esteban y Horacio, los escritores de la Revolución, no fueron descubiertos sino hasta pasados los años 30, en igualdad de circunstancias en disímiles ciudades y republicados por diferentes diarios el mismo día. Y, tras ser publicados en diarios locales, tratando de recuperar las memorias de la historia revolucionaria, nadie notó la coincidencia.

Hace pocos días, tras un fecundo análisis de la etapa revolucionaria, un par de estudiantes se encontraron por fin con el duplicado escrito. No creyendo en la coincidencia de tales palabras, se dieron a la tarea de indagar su origen. ¿Era un juego creado por algún bromista histórico? Y siguiendo las pistas de cada escritor, hallaron una carta, una nimia coincidencia que podía haber fraguado una impostora de la duplicidad. La esposa de Esteban viajó a Guerrero, quizá al mismo tiempo que la inspiración convertida en escritos. Eso no probaba nada. No se hallaban pistas para comprender si ella hizo el cambio de papeles o dejó en manos del costeño una copia de los apuntes de su marido. Y los estudiantes de la UNAM, deseosos de encontrar los cadáveres de los escritores para que hablaran y se desnudaran ante los anales de la historia. Para su enorme sorpresa, encontraron muchas otras coincidencias de vida. La autobiografía de Horacio indicaba que nació en diciembre, el día primero. Lo mismo que la póstuma biografía de Esteban redactada por uno de sus alumnos. Ambos se decidieron a estudiar derecho en la universidad. Esteban con facilidad, Horacio con dificultades enormes, teniendo que abandonar su casa en la adolescencia para vivir en Iguala y poder asistir a sus clases particulares con un tío que le preparó por años para aprobar los difíciles exámenes de la Escuela Superior de Derecho. Ambos abandonaron sus estudios meses antes de terminar sus carreras. Los dos coincidían en amar a una mujer de nombre María Isabel y los dos engendraron sólo un hijo. Ambos vástagos eran varones. Y aunque diferían en años, ambos perdieron a sus hijos en un parque, de quienes nunca se supo su paradero.

El dilema es grande. ¿Pueden dos escritores ser tan distintos y crear dos escritos idénticos? Los estudiantes de la UNAM se sorprendieron al saber, por medio de una carta guardada por un obispo de Pachuca de aquella época y almacenada en un compendio eclesiástico que celosamente protegía el Arzobispado de aquella ciudad; misiva escrita por una mujer de nombre María Isabel. Los estudiantes la leyeron estupefactos. Esteban había tenido a su hijo en 1885, pero no era hijo de María Isabel. A ella la conoció después. Y ella no pudo darle otro hijo. La primera mujer de Esteban había casado con un aristócrata de Díaz. Los encontró. María Isabel entonces se llevó a su hijastro a la costa de Guerrero con unos parientes. Horacio era entonces hijo de Esteban. ¿Entonces los escritos eran iguales por que un padre y un hijo tienen los mismos genes o se trataba de una argucia tendida por María Isabel, la esposa de Esteban y madrastra de Horacio? ¿Ella había tramado la duplicación de aquella inspiración? Cosa que a los estudiantes de la UNAM les parecía más probable. Pero nada explicaba el hecho de tantas coincidencias, como tener mujeres del mismo nombre, de haber nacido el mismo día del año, de haberse publicado en 1933, el 1 de diciembre curiosamente, los dos escritos en distintas ciudades y periódicos.


Siguieron internándose en las averiguaciones y apenas ayer dieron con el secreto. No están muy seguros de publicar su descubrimiento porque se han enterado que en la Universidad Autónoma de Pachuca hay un doctorado en curso que ha anunciado la tesis de su ponente: “La curiosa coincidencia de los escritos de Esteban Solís y Horacio Montesinos en la época revolucionaria”. Por lo que han partido de inmediato a visitar al candidato. Han pasado la noche en vela discutiendo con él sus descubrimientos y se han topado con la misma hipótesis que tienen ellos. Los mismos puntos, las mismas comas y un par de hijos secuestrados de pequeños que aparecieron con el estudio ayer por Pachuca. Tampoco sabían que eran hermanos.


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